lunes, 19 de septiembre de 2011

Amor para cortar.


Me enamoré de un lugar, lo amé desesperadamente y simplemente no quería volver a mi locación de origen. De verdad sentía que era capaz de dejar todas las cosas que me ataban, estuve convencida de poder hacerlo sin la más mínima lágrima de por medio. Pude imaginar mi vida de una manera completamente distinta, y no parecía trabajoso.
Corté mis lazos con la facultad por partes… Al principio de manera tosca con un mail la mañana misma que empezaba el viaje, siendo plenamente consciente que no iba a poder revisar la casilla del campus porque mi navegador estaban configuradas las claves de mi usuario, que nunca me las aprendí de memoria. Rompí así una de las ataduras que, siguiendo el esquema social, me había impuesto.
Sin embargo en el viaje parecí cargarme de paciencia para con mi trabajo; las dos semanas que me tomé me sirvieron para recapacitar sobre lo que realmente era mejor hacer, para calmar los ánimos y decidir quedarme hasta fin de año. Lamentablemente volver a la actividad me colapsó la paciencia. Bajo ninguna circunstancia había necesidad de prolongar un mal tan cínico, menos después de haberme convencido de poder vivir en una pequeña comunidad, en algún lugar poco poblado.
Lo abandoné, me limité a cortar la relación de manera poco escrupulosa; no me importó quedar bien o mal. Ya no quería quedar más.

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